Asociar la calidad de aire interior a los niveles de CO2 es simplificar mucho la ecuación.

Tras el estallido de la pandemia, el control de contagios en los centros educativos ha sido siempre una de las mayores preocupaciones para tratar de frenar la pandemia, algo lógico si se tienen en cuenta no solo la cantidad de personas que pasan por ellos a diario, sino el nivel de convivencia existente y la cantidad de horas que tanto profesores como alumnos pasan en sus instalaciones.

Aunque es común asociar la calidad de aire interior a los niveles de CO2 existentes, lo cierto es que ceñirnos únicamente a este parámetro es simplificar mucho la ecuación, algo habitual, cómo no, en los diferentes tipos de centros educativos. No es suficiente con ventilar, con fijarnos un valor límite de dióxido de carbono porque, a corto y medio plazo, centrarnos únicamente en este indicador puede darnos problemas. Es necesario profundizar mucho más, con herramientas avanzadas de cálculo que igualmente sean capaces de medir el nivel de partículas en suspensión, la presencia de compuestos volátiles orgánicos… Establecer un protocolo de ventilación y analizar cada dato para saber qué nivel de contaminación tenemos en cada momento y cómo está afectando a los ocupantes.

Es cierto que en nuestras escuelas y centros educativos las ventanas y los radiadores han sido tradicionalmente las herramientas utilizadas para regular temperatura y ventilación, aunque en espacios de uso público no sean los “sistemas” más adecuados. Y ello a pesar de que sabemos, desde hace ya mucho tiempo, que estos sistemas, además de obsoletos, no son asumibles por varios motivos. En primer lugar, porque generan concentraciones de CO2 muy elevadas, con el efecto pernicioso que ello tiene en la salud de quienes ocupan estos edificios. Pero también porque estas concentraciones de dióxido de carbono y compuestos volátiles orgánicos producen un efecto cognitivo que genera despiste y dificulta, por tanto, el aprendizaje. Unas consecuencias que no son asumibles para una sociedad moderna como la actual, en la que por suerte ya hemos interiorizado que controlar lo que respiramos o, mejor dicho, lo que no respiramos, es un elemento clave para evitar enfermedades y contagios.

Hemos, por tanto, de dar una solución urgente; una solución estratégica que seamos capaces de abordar para que, en nuestros centros educativos, bien sean colegios, escuelas, universidades, colegios mayores, residencias de estudiantes e incluso bibliotecas, se respire una buena calidad de aire. Una solución que, además, sea sostenible y que nos permita disfrutar de una calidad de aire interior óptima con un mínimo consumo de recursos naturales.

Un Sistema que analicé constantemente los datos de exposición de los contaminantes del ambiente y ofrece a tiempo real el índice de calidad del aire, lo que permite tomar decisiones de forma predictiva y actuar sobre los sistemas de ventilación, climatización y purificación del aire.

Según la Universidad de Harvard, los nueve factores que determinan que un centro educativo pueda ser calificado como sano son la calidad de aire, la ventilación, la temperatura, la humedad, el polvo y las plagas, la seguridad, la calidad del agua, el ruido, y la luz y las vistas. Nueve factores de entre los que el aire es uno de los más relevantes, y en cuya calidad inciden algunos de los otros ocho, como por ejemplo la ventilación, la temperatura, la humedad…

Ref. Artículo: www.interempresas.net y Aire Limpio 2000, S.L.

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